jueves, 2 de febrero de 2012

Dicen que vivir es morir un poco...

Morir. Pareciera la antítesis de estar con vida. No es cierto.

Supuse que esa tarde él moriría, al menos un poquito. Lo supuse cuando frisando las cinco entró un guarda a la sala y le dijo a los presentes (muchos familia, otros pocos estudiantes) " Apaguen los celulares y siéntense en la segunda fila de bancas". A partir de eso, mis segundos se aferraron a la vida y discurrieron más lentamente.

Capturé esas caras, a mi lado y en las bancas. Como fotografías los quise memorizar antes de su prematura tragedia. Pero ellos no lo sabían, no sabían que a poquitos ya se estaban muriendo, y bueno, a mí no me gusta fotografiar a los muertos.

Supuse esa muerte (primera fase) cuando entraron más guardas a esa sala, y entonces una parte de mí saltó fuera de mi cuerpo. Así mientras escuchaba, también podría ver cómo los conceptos y las palabras eran capaces de arrancar un pedazo de vida, y cómo es que las caras se quiebran con las lágrimas.

Pude ver cómo los rostros impávidos también poblaban esa sala. Esos rostros quizás también se murieron un poco, pero aún no se han dado cuenta.

Ahora no era un guarda, eran tres. Uno a la salida, otro junto a las bancas. El tercero no lo recuerdo.

La espera entonces se estiró como un pedazo de tela desgarrada.

Yo supe antes de comenzar a escuchar.

Tres juezas, nueve años, un sollozo ahogado.

Mi otro yo me tomó de las mejillas y giró mi cabeza hacia él, mi nuevo muerto. Él se relajó, manos y brazos. No sé, tal vez fue cuando su vida se le salió y dejó sólo lo necesario para respirar.

"... saquen a los que lloran que no me puedo concentrar..." dijo ella mientras siguió justificando la sentencia.

Con letra firme anoté nueve años, luego otra vez lo miré y asentí. Le dije con el silencio cuánto lo sentía, que no lo abandonaba, pero que eran nueve años muerto en vida.

Prisión. La palabra fue dicha.

Y ahora la muerte en su segunda fase arremetía a golpes contra él. Dos custodios, dos chalecos y dos esposas, se pararon tras de mí (mi yo físico) y atrás de mi nuevo muerto. Nuevamente lo miré fijo. Tomé su mano fría y gesticulé con mis labios la palabra cárcel. Pero mi otro yo, el que saltó fuera de mí, fuera del mundo de los muertos le gritaba: "Se da cuenta que usted no dormirá hoy en su cama, no volverá a su casa, no besará a sus hijos ni a los hijos de sus hijos ni a su esposa? No sabe adónde va, no sabe a qué olerá ese nuevo lugar, ya nada es suyo, ni siquiera su tiempo. Ya no es ni será el mismo. Usted ya hoy está muerto".

Segundos laxos cruzaron el espacio entre mi muerto, sus custodios, y las palabras.

¿Sabían que se siente por la espalda el calor de los custodios? ¿Sabían que las esposas suenan como campanas? ¿Sabían que apresar a un hombre muerto es una tarea fácil, porque pesa como el viento, y tiene brazos de papel?

Se fue.

No, se lo llevaron. Creo que con una mano dijo adiós.

Yo me quedé en pie mirando. Manos firmes. Cuerpo erecto. No sé cómo. No lo sé. Él traspasó la puerta, y con ello la muerte en tercera fase. Yo debía mantener su honra sobre mi frente en alto. Yo soy ahora su conexión con el mundo de los vivos. Yo no me doblé únicamente por la memoria de mi nuevo muerto. Nada más.

Vi al tercer guarda. Estaba delante de mí. También sentí el calor de su espalda.
Abracé a la nueva viuda, a los huérfanos, limpié lágrimas ajenas mientras mi otro yo se sentaba a la orilla del caño mirando llantas pasar a través de dos enormes pozos de lágrimas.

Yo hablé con propiedad, di pautas, pasos a seguir. Hice las llamadas. Sostuve manos, limpié más lágrimas. Ofrecí el consuelo más barato y vergonzoso de mi vida: sean fuertes, aún hay mucho por hacer.

Emprendí mi camino, y mi otro yo saltó de nuevo en mí, se abalanzó con tal fuerza que me hizo volverme hacia la nueva viuda y casi ordenarle ¡Llore, llore mucho porque esto duele, carajo, duele como la muerte, esto es una tragedia!"

Se fueron. Yo fui a celdas. Volví a mi carro, regresé a mi hogar. Cené porque hay que continuar. Mañana continuaré mi vida y seré esclava de mi tiempo ¡pero es mío!

Esta noche ellos no están durmiendo. Ni mi muerto, ni su viuda, ni sus huérfanos. En realidad yo tampoco. Este peso de prisión me aprieta. Tal vez mañana yo dormiré. Ellos ya jamás.

Dicen que vivir es morir un poco. Es cierto.

Yo hoy también morí con él, encerrada en esa mugrosa celda.


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