Ayer fui al Festival de Coreógrafos.
Me gustaron varias cosas. La primera el elocuente
agradecimiento al patrocinador (entre otros) El Cuartel de la Boca y El MONTE.
No lo digo por deslucir el acto de apertura, sino porque fue
un error, o acto fallido, que le sacó risas al teatro (lleno). Porque en esta sociedad vale la pena reírnos de
nosotros mismos, y no sentir que la intelectualidad, el color negro en las
ropas o la academia están divorciadas de un
acto como la simple y llana carcajada. Como sea, reír en conjunto genera
comunidad.
Lo segundo que me gustó es que me sentí en un festival de
danza. Y parece redundante, pero no, no se engañe: FESTIVAL de DANZA. Festival como
fiesta diversa. Danza como tal.
Me ha sucedido que en
algunas veladas de años anteriores (unas sí y otras no) y desde hace algunos años, podía transcurrir
la gala sin ver danza. Salía con esta sensación de estafa. “Si voy a un
festival de música de guitarras” –pensaba-, “pues no espero ver instrumentos de
viento, o si asisto a una ópera no voy para escuchar declamaciones de teatro”.
Es algo muy simple. Pero no.
Danza es un concepto bellísimo: puede ser muchas cosas, no
es un concepto unívoco, pero sabemos bien cuándo algo no es danza. Eso quiere
decir que es una expresión artística amante de la diversidad, pero odiosa del
fraude y del engaño. Es honesta.
Me ha sucedido en otras veladas que las manifestaciones eran
todas muy parecidas (algo así como de una misma escuela, algo así como de un
mismo lugar, algo así como la endogamia). Pero el festival es diversidad, porque
la sociedad es diversa, las palabras también, y la construcción artística
debería de serlo; salvo que vivamos la dictadura del arte dictada por el que
dicta. Ahí la pregunta es ¿quién habrá dictado? Y me siento nuevamente dentro
de la Tiquicia donde el Poder Legislativo no me representa, pero ya eso es harina
de otro costal. Aunque es el mismo sentimiento, y tal vez la misma expresión de
un problema social estructural.
Lo tercero que me gustó es que las propuestas que vi
realmente trabajaron el tema (sus temas). Y acá no se trata de decir que me
gustó un trabajo o no. Es una cuestión algo más ¿objetiva? Puedo afirmar que
una propuesta se ve acabada aún cuando no me guste. El gusto no puede
convertirse en un algo aformo y caprichoso
Creo que se le debe agradecer al comité curatorial este
resultado.
Entonces resumo, tres cosas me gustaron en general: el
derecho al error, la diversidad de las propuestas y el ver danza como sea que
esta se define.
La danza no se entiende, la danza se siente.
Bailar es un proceso integral que le da permiso al
espectador de dejar de pensar y simplemente dejarse ir en el sentir (no digo el
sentimiento). No es un ejercicio fácil, porque ya en el cotidiano venimos
bastante cercenados. Pero de eso se trata, de dejar de pensar, poner la mente
en blanco y adentrarse en esa escena o espacio temporal dentro de una cajita
negra (el escenario).
En la primera obra el vestuario austero y la simplicidad me
atrapó. La obra era como una mesita de noche a media luz en un paréntesis de
tiempo. Fue quieta. Entró y salió de puntillas, como una ráfaga de aire. Aplausos
al coreógrafo por haber sido tan valiente.
No sentí el tema, a ratos no comprendí el por qué el
personaje masculino. De ellas: Pilar, con su expresión me llevó a través del viaje,
se proyectó al espectador. La obra no se llevó tantos aplausos y lo sentí con
pesar. Tal vez era muy íntima para un festival.
De la segunda obra me pareció brillante cómo abordaron con
elocuente y elegante sarcasmo el tema sugerido dentro del festival, sea la
longevidad y las zonas azules del mundo. “Touché”. Pero además, el diálogo
estuvo ejecutado con mordaz y ágil humor
negro. El cuerpo se movía detrás de las
letras.
El uso del vídeo fue necesario y
bien calibrado. El tema se sintió redondo.
Sin embargo esta obra fue el ejemplo de la endogamia de la
danza. Algunos chistes de los diálogos no se entienden si no se es parte del
gremio. Esto quiere decir que el festival está pensado para un público, el de
danza, no para el país. El festival se fagocita. El fin se acerca.
La tercera obra tuvo el valor de poner un tropel de
bailarines en escena. Eso se llama valor. Es una labor titánica y bastante
difícil. No me imagino la locura de fijar los ensayos y cuadrar veinte horarios
distintos. Valor y liderazgo.Y se logró. Se vio un trabajo grupal. Hubo
movimiento, no así unísonos. Pero a mí eso no me importa.
Me quedó claro el tema, pero me pasó de largo. El vestuario
me recordó el de Vorágine, y el grito del final me sobró. La gente habla tanto
siempre que de la danza agradezco el silencio.
La cuarta obra estuvo plagada muchas imágenes bellísimas. El problema
es que estuvo plagada de muchas imágenes bellísimas, todas sucediendo al mismo
tiempo. Entonces no recuerdo un pico climático, un momento de intimidad. En realidad no recuerdo mucho. Aun
así el final me pareció acertado, impactante: de la aguja del reloj se lanza la
bailarina cuando se acerca el final de una vida, porque morirse es eso: el cuasi imposible final del tiempo, final subjetivo, porque el tiempo
bárbaro sigue, solamente que sigue sin el muerto.
La quinta obra: maravillosa. Estéticamente cuidada. Mensaje
absoluto y redondo. Violento, fuerte. Honesto. Increíble interpretación: un unísono que a pesar de presentarse al final de dos horas de función logró mantener la atención del público. ¿Danza? No sé, teatrografía la llamaría
yo.
No pongo los nombres porque no quiero. Se pueden buscar en
la página del Teatro Nacional.
Duración: larguísima. Un achará por este desacierto.
Y esto será todo lo que vaya a escribir del festival, porque
la vida real es así: nosotros los mortales no vamos todos los días. El sabor
que nos llevemos será el producido por una noche. No es lo ideal, es lo que es.
Por eso deben cuidarse todas las noches, para que todas atrapen a los
diferentes “comensales”.
El conversatorio del final: bléh. No me expliquen la danza,
déjenme sentir, denme libertad, cédanme espacio y tiempo. Si me dio un buen
sabor, bien por el trabajo; explicarme lo que me quiso decir no va a cambiar si
me quedó el paladar insulso o amargo.
Extraño el villancico, cómo lo extraño. ¿Ustedes no? Pero a
uno nunca le han preguntado.